Hace 50 años se produjo uno de los mayores desastres industriales de
la historia, con cerca de 900 muertos y más de 2000 afectados. No es el
mayor ya que este dudoso honor correspondería a otros como Bhopal o Chernobil. Pero si hay algo que lo identifique y nos obligue a recordarlo es que no fue un accidente, sino un claro ejemplo de negligencia, busqueda del lucro económico y desprecio al medio ambiente.
En 1956, en la ciudad de Minamata (Japón), comenzaron a aparecer
personas con extraños síntomas como falta de coordinación y sensibilidad
en manos y piernas, perdidas de visión y audición y, en casos extremos,
parálisis e incluso muerte. Las autoridades ignoraron o minusvaloraron
los primeros casos. Dado que la enfermedad estaba localizada en una zona
pequeña, se considero que podría ser contagiosa lo que llevo al
aislamiento y ostracismo de sus habitantes.
Fue necesaria una revuelta de los mismos en 1959 para que comenzase un
estudio oficial del problema. Aún así, costo doce años determinar con
exactitud las causas aunque desde el comienzo se sospechó de una empresa
química cercana como responsable. Con los años, se descubrió que una
factoría de la corporación Chisso había estado arrojando, de forma
oculta, grandes cantidades de mercurio a una bahía cercana.
Este mercurio había entrado en la cadena alimentaría, contaminando a
los peces y otros animales que formaban parte de la alimentación de los
habitantes de Minamita. Los síntomas eran resultado de la intoxicación
por metil mercurio, un compuesto derivado de este metal.
Incluso ahora, esta historia puede servir de ejemplo y de
advertencia sobre la mezcla de intereses políticos y económicos que
puede ocultar durante años un problema medioambiental.
Afortunadamente, ahora existen muchos más mecanismos de control tanto
legales como institucionales en la mayoría de los países. Esperemos, por
el bien de todos, que sean suficientes.
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